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martes, 26 de diciembre de 2017

CENA DE UN BORBÓN EN BOTSUANA, diario de un rey emérito

Se lo comentamos a la camarera: en el Pen ts'ao kang mu no hay ninguna entrada que haga referencia al pene de tigre. Según mi compañera se habla sin recato del uso medicinal de los huesos, sangre, carne, grasa, bilis, ojos, nariz, dientes, zarpas, piel, bigotes o heces. De casi todo menos de su pene, que ahora nos sirven en un plato ovalado demasiado moderno, adornado con verduritas y arroz basmatic. Huele bien y enseguida se puede cortar. Visto así, caso de no saberlo, no parece la polla de un felino, más bien las alas deformadas de cualquier ave. Es una buena recomendación para alterar la libido, y la mía, alterada ya por naturaleza, sólo necesita esta delicatessen para seguir fantaseando. Nos dan también un licor de alta graduación hecho con falo del mismo animal.    Hace unos meses, en una visita del doctor  Hsu, nos mostró otra verga, esta vez de ciervo. He probado cuerno de rinoceronte, (antídoto ideal contra la fiebre,  migrañas o forúnculos),  gónadas o pelotas de perro, de bonobo, (rebanadas con salsa son exquisitas), incluso el cochombro de mar, animal excelso cuando se prepara con idea. 
Sospecho, así lo comento, que la función eréctil alterada tiene mucho de mito y poco de ciencia, aunque conforme voy comiendo pedacitos de nabo de tigre, un escalofrío indeterminado recorre mi espalda. Durante la conversación ella no para de juguetear con el pié contra mis gemelos. Sus dedos acarician y, sin verlas, adivino que entreabre ligeramente las piernas para hacer tal ejercicio. Antes del postre, príapo real acude en mi pos y obtengo una muy decente erección para mi edad: entonces emito un rugido potente y miro sus ojos de tigresa voraz. Por cierto, mañana tenemos cacería de elefantes. Dicen que sus filetes son puro elixir.