A un señor aficionado a la caza mayor le han robado una cabeza disecada de rinoceronte. Luego, los ladrones, han cortado los cuernos y la han tirado a una acequia. Descubrimos la patética escena: una cabeza con las defensas serradas semihundida en el lodazal de un bancal de alcachofas. El cazador, lo es legalmente. Por eso me entero que esos cuernos robados tienen un registro, un número de serie de control. El señor lo cuenta en su sala de trofeos: ancladas a la pared veinte o treinta cabezas más: impalas, ñus, leones.
Uno le da vueltas a las cosas por dárselas, hubo un tiempo quizás, que una jabalina o un arco mataba a un mamut. Y se lo comían, incluida la cabeza. Hoy éstos cazadores, y los hay a miles, buscan elefantes, leones, lobos, osos, urogallos o corderos divinos. Los matan pagando mucho dinero por el gusto de matarlos, por hacerse la foto con sus piezas. Vean sino en algunos locales cutres las testas colgando sobre máquinas tragaperras. El caso es que un rinoceronte (afectado, explica el cazador que era la joya de su corona) es asesinado legalmente en medio de la sabana, decapitado, disecado y exhibido en un chalet de la costa mediterránea, para en un retruécano antinatural acabar al lado del alcachofal sin los malditos cuernos presuntamente afrodisíacos.
No se extrañen entonces, si de vez en cuando advierto que me atrae la figura del leopardo devorando a su matador. Pura naturaleza.
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viernes, 2 de febrero de 2018
CAZADORES
MÉDICOS
Habla un especialista sin levantar la cabeza, ni, por supuesto, mirar... ¿duermes?.
Mal, contesto. ¿Por qué?, incide. Ahí me trastabillo, no sé que responder, si
le cuento la realidad igual me envía a un pabellón psiquiátrico, así que opto
por hacerme el tonto. No lo sé. La ignorancia del paciente produce satisfacción
en el ego a los especialistas que nunca levantan la vista. Los pacientes para
este tipo de doctores son entradas en el monitor, pruebas protocolarias, barras
de colores impresas.
De
acuerdo, no duermo, "¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del
corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la
carne!. ¡He aquí un término devotamente apetecible!. ¡Morir..., dormir! ¡Dormir!...¡Tal vez soñar!. ¡sí, ahí está el problema!.
¡Porque es forzoso que nos detenga el considerar qué sueños pueden sobrevenir
en aquel sueño de la muerte, cuando nos hayamos liberado del torbellino de la
vida!. ¡He aquí la reflexión que da existencia tan larga al
infortunio!".....
Al médico se la trae floja la literatura
shakesperiana, él quiere solucionar el expediente: usted forma parte del grupo de riesgo a vivir
arriesgadamente. No puedo hablarle de Hamlet, consideraría que soy más bicho
raro de lo que soy. Extiende una
petición de ingreso. Ahora lo deposita abajo. Pronuncia "deposita"
con clase, conociendo el verbo depositar, sabiendo perfectamente que el empleo
del indicativo asevera su espacio de autoridad. Adiós, buenos días, musita.
Entrego
el papel a la administrativa de recepción que tiene una chapa de un sindicato
mayoritario con una tijera gigante contra los recortes en el jersey. Ya le
llamarán, en un par de meses, más o menos.
Recito de corrido : "¿quién soportaría los azotes e injurias
de este mundo, el desmán del tirano, la afrenta del soberbio, las penas del
amor menospreciado, la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo, los
insultos que sufre la paciencia, pudiendo cerrar cuentas uno mismo con un
simple puñal?".
No
sé a que se refiere, habla, pero los
recortes han alargado las fechas. Sonrío porque ella sonríe, además, me mira a
los ojos desde su asiento con ruedas.
FIEBRE
Nunca me habían hurtado un libro, menos en un semáforo,
menos sacándolo con agilidad del anorak, menos dejando un halo maravilloso tras
de sí, menos sonriendo. Nunca me había alegrado tanto del hurto de un libro…………
La memoria en las tardes de
jazz se desordena inoportunamente. “Monk's dream”, Thelonious Monk, arranca
con fuerza de cuerdas. Una supuesta bola de fuego arde al fondo de la
habitación, ilumina destellando el teclado oscuro, hace que la cabeza explote e
inunde de sesos grises el suelo.
Sin cabeza y
sin memoria las tardes de blues caen lánguidas. Voy de la lectura a la
escritura con horrenda facilidad. Trotsky, viejo camarada Liev Davidovich,
sueña en el pórtico de su destierro en Turquía con islas vírgenes y casas
reposadas donde escribir versos. Maiakovski se dispara un tiro en el corazón,
corazón de paño, corazón de guitarra y banjo.
Muchos días de mi vida son así.
Duran el tiempo en el que puedo estar solo repasando versos y textos. Música
desde las entrañas destinada al sentimiento que me destroza. Otra vez sin
cabeza, sin memoria, parezco un monstruo de plastilina, golem que camina sobre
aleros buscando gárgolas que provocan llantos de media noche. (La
disidencia y la incandescencia. Jazz, ñazz, blues, zulú, manitú. Café limones, y guitarras. Otra vez mi personal hurtadora de libros agarrándome el alma desalmada).
Tarde sin cabeza ni memoria.
EL MONO DE LA TINTA
Habla
Borges en "El libro de los seres imaginarios" de un mono que abunda
en las regiones del norte y que tiene cuatro o cinco pulgadas de largo. Al
parecer es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben se
sienta con una mano sobre la otra, con las piernas cruzadas, esperando que
hayan concluido para beber el sobrante de la tinta. Borges
cita de corrido una fábula que ya contó en 1791 Wang Ta-Hai.
Sólo vengo a
confirmar que cuando el veneno de la escritura entró en mi vida para
destrozarla definitivamente con pensamientos, frases o gerundios robustos, una
tarde cualquiera todos los bolígrafos de casa, incluidos los escondidos en el
secreter del buró, aparecieron vacíos. Conté a quien me quisiera oír que había
visto escapar por el ventanal hasta la frondosidad de los sauces una criatura
escueta, pequeña, filigranesca. Y que su boca estaba manchada de tinta. Nadie
me creyó. Desde entonces, cada mes ofrendo a la benevolencia de poder escribir dos cápsulas azul y negra de tinta indeleble china. Al otro día, sin más,
aparecen secas.
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