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sábado, 13 de enero de 2018

ENCUENTRO CASUAL CON LA POESÍA

 Noviembre 1981, con mucho frío. En el bar de aquella estación de autobús al menos había  estufa. El sitio era deprimente, con botellas sucias en las estanterías y llaveros de la guardia civil en un circular. Tomé café con coñac con gana, entrar en calor era prioridad absoluta. Esperar el próximo bus, tres o cuatro horas recalcitrantes de tedio, supuse, y lectura. Porque, eso sí, en la mochila llevaba un poemario de Cummings. Pedí un garvey y anduve hasta una mesa. Al lado un pick up de la época, tan lleno de polvo como el mugriento local. 
Bien pensado la época era mugrienta. Los autobuses que hacían la línea norte olían a vómitos. Cuando subías te daban dos bolsas de plástico transparentes por si vomitabas. En una había guardado, recordé, un trozo de sandwich con jamón y queso. Pero prefería esperar leyendo y bebiendo coñac. A mis espaldas, el dueño del local fregaba vasos con mala gana. Noviembre  1981, en una estación de Castilla la vieja, esperando un autobús que me llevaría a ningún sitio.

Entonces lo vi. Era mayor, envuelto en abrigo, con la solapa tapando el cuello. Estaba en otra mesa, sentado sobre una silla roja, en la esquina del local. Bebía y anotaba algo en un cuaderno. Quizás porque no había nadie más, el hombre me miró de reojo. Lo saludé levantando levemente la copa. Al fin acabamos charlando. Hablando del frío me señaló el libro de Cummings. Poesía, dijo. Excelente. Ponganos usted dos ... Tendría ya sesenta y muchos años. ¿A donde viaja?. Voy a Madrid, vengo del norte. Yo al norte, vengo de Madrid, tenga cuidado, está lleno de lobos que aùllan por la noche y salen de caza. (Sonrió). Lo sé
Durante aquellas dos horas, la conversación giró en torno al sentido de la poesía en el hombre. Al hambre de ser y de estar. Al sexo virginal y puteril, a las alimañas que entonces y antes, decía, pueblan España. Es mi autobús. Ya llega, creo. Una mole polvorosa y azul intentaba aparcar en el muelle exterior. Tras la luna de los cristales se veían rostros fatigados, rostros de paisanos que volvían o venían, personas anónimas en el camino..... Sabe?, dijo, tenga. Y me dio un librito.  Para usted.
"La sombra de tu luz" se titulaba. Es mío. Lo escribí con 23 años. El libro tenía una mancha de aceite en la portada. He de irme... ¿Como se llama señor?. Me llamo Jose María. Bebió otro tragoFonollosa, ese es mi apellido, seguramente no lo volverá a oír nunca. Y me dio la mano. Un mano blanda, suave, fría como la noche de noviembre.
En el autobús con olor a vómito sonaba radio nacional de España. Hablaba Calvo Sotelo. Abrí el librito de Fonollosa y leí gracias al duermevela del cabecero: "He venido a buscarte, Sé que están por el aire modelando la forma de tu ser tan incorrecto, naciendo para el símbolo, la rosa, para el mástil y proa entre la niebla, naciendo para mí, pero tú ignoras que yo te estoy creando con mis sienes en el cuerpo y alma que posees." La carretera gélida, casi con hielo, se abría con la luz del autobús. La noche de Castilla extendía sus brazos negros.



NO HABLAMOS DE LIBROS

Nos paramos y hablamos de libros. Peor aún, hablamos de los demonios que habitan  el interior de los libros. Una hoja basta para dudar, todo el día dudando, un auténtico incordio. Otra línea te hace un poco de daño. 
Leí medio renglón de Wilchock: "la insensatez enturbiaba todas las promesas", y ya anduve descabalgado por la mañana. Decía Baroja en otro cuento corto:"en las librerías de viejo se encuentran a veces cosas curiosas, ya sabe usted, incunables....yo encontré una vez a don Manuel Azaña, es la única vez que lo he visto." Reímos. Es cierto, respondes, a veces el maligno mismo parece que se hubiera aposentado en un título: 

  "Vida de Jesús en el vientre de su madre"....Y detrás un ilustrado dedicado a Füssli, pintor suizo considerado adorador de satán. Pintaba bestias fornicadoras y lascivas, mujeres con cabeza de insecto devorando en plena cópula a sus hombres aterrorizados. Füssli emplea un tono... negro... agrio, enfermizo....... vientres blandos, esqueletos viciados. Cuenta que cenaba todas las noches un kilo de carne cruda. Se unió en concubinato a la madre de Mary Shelley. Seguimos riendo, la conversación ya nos tiene enjaulados. Letras capitulares, encuadernaciones de guaflex, palabras girando en el escaparate.
En esas miramos la hora. Vaya, es tarde, el partido de fútbol está a punto de empezar. Y de repente un hongo atómico en forma de balón explota sobre nuestras cabezas, nos paramos y ya no hablamos de libros. 


TOMATINA

Es sabido:
En todos los rodajes pornos circula zumo de tomate en abundancia. Los actores lo toman, así tal cual, recién licuado o de una marca de confianza. El zumo de tomate da buen sabor al semen, lo hace dulce, agradable al paladar, incluso menos espeso. El señor Damián lo ha oído y leído cientos de veces. Ha quedado con la dependienta que conoció el otro día y que le envía watsaps eróticos: estoy en la ducha, si supieras lo que acaricio, o, ....me gustaría que pusieras la boca aquí. El último y definitivo hace que compre dos kilos de tomates maduros: me lo tragaré dulcemente, explica
Han quedado a las cinco. Media hora antes se bebe casi un litro del rojo elixir. El señor Damián llega a la cita con la dependienta arreglado. Ella está exultante, viste una minifalda negra que le marca los muslos y tiene los labios pintados de rosa. Después de saludar y besarse suben al auto. Ya en el asiento del copiloto, sobrecalentado, el señor Damián siente los primeros pinchazos en la barriga. ¿Será posible?, piensa. Le dan gases, pero aguanta y disimula. Ella empieza el cortejo. Se detienen en un descampado próximo al castillo de la ciudad. Otro pinchazo. La cara del señor Damián se transforma. ¿Que pasa?. Las tripas han decidido estallar revolucionariamente. El puto tomate. ¿El qué?. Sale del auto corriendo y donde puede se baja los pantalones y los calzoncillos de estreno y evacua pura agua tomatil. Cielos. Y así, envuelto en tiras y aflojas, en retortijones pestilentes y huidas rápidas, el señor Damián ve frustrada su tarde de pasión con la dependienta, que atónita, ha estado a punto de decirle que el tomate, lo ha comprobado otras veces, da buen sabor al semen. 



YA SOY PATAFÍSICO OFICIAL, (albricias)

Ayer fue un gran día. Por fin el Colegio Patafísico ha decidido acogerme en su seno. Para tan digna ocasión, (dentro de siete jornadas), estoy preparando una conferencia que será leída en una mesa marrón, con cristal italiano y dos platos de leche dónde exclusivamente nadarán ambas migas de pan ampurdanés, hogazas traídas por mi amigo Estupinyà de su visita a El Bulli taller.  La disertación versará, como no podía ser menos, sobre el doctor Faustroll y su nacimiento a los 63 años. (Reconozco que me entusiasmó esa reticencia encomiable a ser desalojado junto a su mono papión, el lecho marital convertido en barco, el mar de mierda- abunda, sus libros y lecturas, el bosque del amor...).
 El Colegio Patafísico ha tenido a bien aprobar mis escritos, disertaciones y elucubraciones, algunas recogidas, como  saben los lectores en este blog y otras referencias, dígase papel, puertas de los váteres de aeropuertos, estaciones ferroviarias, o alguna pintada con spray rojo granate en los muros de la periferia de las ciudades a las que de vez en cuando suelo acudir para conmemorar algún homicidio o trabajar directamente en los planes del mismo.
 En la misiva que he recibido  harán honores de apadrinamiento los presidentes de la subcomisión de soluciones imaginarias, formas y gracias y epifanías e itifanías, cosa que, he de confesarlo, acaba emocionándome.
 Animado por el impulso recibido, en cuanto finalice estas notas pienso acostarme y taparme la cara con una colcha verde que aísle y refresque la vorágine de historias que se desarrollan en mis adentros. 


CAPERUCITA ROJA

Perrault  dulcificó terribles leyendas medievales. El bosque representaba lo prohibido, lo inhóspito, lo malvadamente contrario a la aldea y al poblado. Allí, en la frondosidad de parajes inexplorados habitaban demonios. Lobos, animales de cuatro cabezas, gnomos, raíces de belladona...
Caperucita sin dulcificar es invitada antes de 1.600 a probar carne y sangre humana. Sangre de su abuela, cuerpo ofrendado al paganismo insólito de los monstruos. Perrault, sin saberlo, lo estropeó. Se puso al lado del bien, amagó contra la bestia indomable caníbal que podía arrastrar a la chica hacia el frenesí sexual. Desbarató al bosque dotándolos de amables pájaros que trinan la perfección divina. Colocó a sus personales policías,  cazadores, justicieros, carceleros, matarifes de maldades, privándonos del goce de la insurrección.
Al azucarar la leyenda, dio pié a que se subvencionara un mundo idílico, conformista, ordenado y adocenado. Desde entonces y, salvo excepciones que confirman la regla, el pasteleo en los cuentos infantiles es máximo, alcanzando el paroxismo de la gilipollez la factoría Dysney. El buen Perrault no calibró  suficiente la situación. De todos modos, como la naturaleza es sabia, de vez en cuando un par de niños arrancan los ojos a sus idiotas muñecas. Es la reivindicación del bosque.