Buscar este blog

domingo, 14 de enero de 2018

APOCALIPSIS


Fritz andaba por las plazas públicas anunciando el fin del mundo para el día 29. Los guardias acabaron llevándoselo. Al abrir diligencias, el comisario le preguntó ¿qué es eso del fin del mundo para el 29?. Una explosión nuclear sumirá al planeta en el apocalipsis, contestó. Sin más, con una ambulancia, lo desviaron al frenopático.
Mientras, en el sótano de la casa de Fritz, en la calle Maillard, dos ojivas atómicas esperan a que el reloj digital frene su tic tac el día 29. 


LA CONSCIENCIA EN LA DUCHA

Entro en el baño y miro el espejo. Me doy cuenta que el tipo que está dentro, barbado y con cara de sueño, con legañas y ojeras incipientes no soy yo. Repito la escena.  Camino hacia atrás por el pasillo hasta la cama. Vuelvo a acostarme y vuelvo a levantarme. Entro al baño y miro el espejo. El desconocido sigue ahí, haciendo los mismos gestos, imitando las muecas. Decido entrar en la ducha caliente. Froto con espuma de gel el cuerpo, hasta culminar en ombligo...........
 La habitación se llena de vaho, así que salgo de golpe del agua y limpio de neblina el espejo. Nada. El tipo continúa, ahora desnudo y mojado. Lo miro de arriba abajo y me mira de abajo arriba. Es evidente que no soy yo, sin embargo parece que llevamos juntos muchos años. Mierda de día. 




EL CASO DE LOS MIRLOS

En un pueblo de Arkansas llueven mirlos muertos. Se ve que el cielo de los mirlos tiene un antes y un después. Un antes de bandada y ecología, un después de zoopatías exclusivas. Las carreteras, las aceras, incluso los peinados enlacados de las señoras americanas que salen de la peluquería, se llenan de cadáveres de mirlos.
 Dicen que es un misterio misterioso. Los misterios misteriosos nunca me han gustado, normalmente obedecen a la mano del hombre, así, en singular, que queda bonito y científico. Los fuegos artificiales probablemente tienen mucho que ver con esos asuntos insondables de la naturaleza manipulada. Han reventado una buena bandada a pepinazos secos y calientes, ondas expansivas y ruido psicofónico. Ser mirlo en un pueblo de Arkansas tiene esos riesgos. Serlo en mi ciudad, por ejemplo, es acostumbrarse a mascletás, petardos y carretillas voladoras, esas que te queman los huevos si no estás atento a sus silbidos. Por aquí los mirlos pían ajenos a la pirotecnia, pero sujetos a muchos congéneres blancos que se lo llevan en negro. Porque el mundo la ornitología valenciana está llena de pájaros, pajaritos y pajarracos. Y no se van a Arkansas, los cabrones. 


EL BRAZO AMPUTADO DE VALLE INCLÁN

Ramón María del Valle Inclán llegó andando desde su casa aquella tarde de verano del año 1899. Entró en la planta baja del hotel París, al comienzo de la calle Alcalá, saliendo de la puerta del Sol. Allí estaba el Café de la Montaña y allí solían frecuentar selectos tertulianos, amantes de las artes y las letras. Julio rebosaba olores y colores en el atardecer madrileño de aquél fin de siglo.
Habituales eran el pintor Francisco Sancha, el editor Ruiz Castillo, Gregorio Martínez Sierra, don Pío Baroja, y un chico de unos 25 años periodista y escritor llamado Manuel Bueno Bengoechea, que años más tarde, en agosto de 1936, sería fusilado por milicianos republicanos. Bueno apoyaría sin remilgos la dictadura de Primo de Rivera. Esa actitud en aquél desbarajuste le costó la muerte en un paredón de Montjuich.
El caso es que aquella tarde noche en el Café de la Montaña, Ramón Valle-Inclán,  polémico sin remedio, pidió café con leche y una botella de agua y se sentó en la mesa de tertulia compuesta por el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, el cronista Manuel Bueno y el pintor Paco Sancha. Se discutía sobre un tema de rabiosa actualidad, el duelo entre un joven aristócrata andaluz, López del Castillo, y el caricaturista portugués Leal da Cámara, que noches atrás habían tenido sus diferencias en el Paseo de la Castellana sobre el valor personal de lusos e hispanos.
El tema hace que Valle-Inclán se excite durante la conversación y su voz destaque, como casi siempre, por encima de las de los demás. Pero Manuel Bueno alza la suya: "-¡Señores, todo lo que ustedes están diciendo carece de validez! ¡Leal da Cámara es menor de edad y no podrá batirse!". Valle-Inclán, dolido, reprende: "-No sea usted majadero, que usted no sabe una palabra de eso.-" Manuel Bueno se levanta, da un paso atrás, toma su bastón con barra de hierro, y amenaza con él a Valle, que empuña una botella mientras le llama ¡Majadero!.
Don Ramón agarró la botella por el cuello e hizo ademán de darle con ella a Manuel Bueno, que se vio obligado a defenderse, pero con tan mala fortuna que descargó el único bastonazo en la muñeca del escritor.
Al día siguiente la herida presentaba claros signos de haberse gangrenado como consecuencia de una mala cura en una casa de socorro, por lo que los médicos determinan amputar el brazo.
Juan Antonio Hormigón, Secretario General de la Asociación de Directores de Escena, biógrafo de Valle-Inclán, señalaba recientemente en una entrevista: “Está luego lo del episodio de la pérdida de su brazo al incrustársele el gemelo de su camisa en una disputa con Manuel Bueno, que ha generado tanta literatura. Yo soy licenciado en medicina y he entendido muy bien el diagnóstico del doctor Manuel Barragán. Ha sido una fractura conminuta en los huesos del antebrazo, un estallido óseo, y, de aquélla, como no había tratamiento, hubo que amputar. La pregunta que yo me hago es: ¿Manuel Bueno llevaba un bastón normal o llevaba un bastón estoque? Porque el bastón estoque, al llevar el ánima de acero, pesa mucho más. Además de ser un arma que estaba prohibida. Y esto puede explicar mejor lo ocurrido, que al parar el golpe con el brazo izquierdo se llegase a astillar el cúbito y el radio. Pero bueno, esto es algo que yo digo aquí, en la intimidad, porque es algo que ni tan siquiera me he formulado.”Por de pronto corrió la noticia inverosímil de que, ya en la mesa de operaciones, se había negado a que le suministrasen cloroformo con el fin de conservar la conciencia en todo momento. “No proferí un grito, ni el más leve quejido... Recuerdo que, para ver yo bien la amputación, hubo necesidad de pelarme el lado izquierdo de la barba”. Una vez repuesto de la operación es verídico que acudió al café y que mantuvo un conciliador encuentro con Manuel Bueno Bengoechea, a quien le dijo Valle: “Mira, Bueno, lo pasado, pasado está. Aún me queda la mano derecha para estrechar la tuya. Y no te preocupes, que aún me queda el otro brazo, que es el de escribir". Pero el temperamento indomable de Valle-Inclán lo volvería a llevar al enfrentamiento verbal y físico, poco tiempo después de lo del Café de la Montaña. Es un hecho poco conocido que revela el propio Baroja, quien  aquella noche acompañó al escritor a un servicio de urgencias, que se limitó a una botica de la calle de Caballero de Gracia. “Recuerdo una vez que alguien propuso una expedición a Andalucía. De estas expediciones se proyectaban muchas y no se realizaba casi ninguna. Valle Inclán dijo que había que hacer el viaje en invierno, y José Ignacio Alberti, granadino, observó que en muchos sitios de Andalucía era muy frío el invierno. Valle Inclán le contestó desdeñosamente, y Alberti le dijo que no fuera ridículo. Valle le insultó; Alberti le contestó. Valle le tiró una botella a la cabeza. Alberti le tiró una copa. Se armó un escándalo furioso y Valle-Inclán apareció con la mano llena de sangre. Se había hecho una herida"."A ver si queda manco del otro brazo", dijo uno de la tertulia.
Valle Inclán, genio y figura. Y prototipo de una clase intelectual determinada y arrolladora. Valle genial. 

ECUACIONAL

Lo peor que me podía ocurrir es topar con una ecuación de grado complejo. Y me la encontré en el descansillo de la escalera, escrita en una pared. El destino sabe que otrora huí de las matemáticas y del álgebra como del neoliberalismo internacional: ambas pestes producen sarpullidos dolorosos. Y allí estaba, afectado, sin soluciones para despejar. Tampoco sé si la efe inyectiva se podía aplicar a cada uno de los dos miembros de la incógnita. Créanme que no me moví al menos en dos horas, los sesos se derretían en el cálculo infinito y las desgastadas meninges protectoras entraban en negativo.
Entonces apareció la vecina del cuarto, que bajaba las escaleras haciendo deporte en chándal. Un chándal ajustado resaltador de cualidades atléticas, cualidades, claro, que no iba a dejar de apreciar. Y en un tristrás, nada, sacó rotulador solucionando el asunto ecuacional. ¿Ve?, comentó, no es tan complicado. Astronauta, le dije, es usted una astronauta. Que simpático, contestó riendo. Y siguió bajando escaleras, plim, plom, gimnásticamente.
(Nota: mis vecinas con chándal siempre llevan un rotulador encima para solucionar ecuaciones escritas en las paredes). 

TABERNA CAÑÍ

En una taberna  se brinda con manzanilla y taquitos de jamón, guarro del bueno. Una cabeza de morlaco disecada en una pared, la banderola nacional y un par de banderillas ensangrentadas colgando estáticas. La decoración es "kistch", muñequitas con faralaes, toro andarín y pepona vestida de legionaria con turuta. Es una taberna de olé, fotos de Butragueño enseñando un cojón, botellas de vino con el careto de  Tejero. Más manzanilla y palmeos con gorgoritos. El camata tiene media barba y suda al cortar queso.   Una lámpara china en la esquina da aspecto de puticlub al local, máxime cuando entran dos señoras de mi edad, pintarrajeadas y embutidas en sendas faldas con raja enseña varices. Piden cañas de cerveza. Una ataca con el mondadientes a un taco remiso de jamón. Conocen a los tertulianos. En un radiocasette suena el Príncipe gitano. Veo el mostrador señalado con tiza, un espejo con una pegatina del Partido Popular, otra de Falange de las Jons  disimulando una pequeña fractura. Huele a tabaco y esputo patriótico. Pago la consumición, salgo a la calle. Es una venta de la comarca. Se llama Kiss, sustantivo nada español, quizás el nombre convertible de una barra americana. Está en la carretera A 30, esquina túnel del tiempo.