En la calle hay una ventana que asoma a tu casa.
Inclinado sobre ella puedo mirar hacia dentro. Lo hago de vez en cuando y
contemplo tu colección de animales encerrados en un acuario azul.
Veo
maravillado los celentéreos, tus braquiópodos y los enormes amotines de pié en
una esquina. Observo la pecera gigante del salón y como nadan los nautiloideos
en busca de alimentos. Descubro que buscan trilobites, ocultos entre la
arenisca del fondo de la pecera. Les debe resultar grato el sabor de su
exoesqueleto. Algún equinodermo gigante se oculta en la colonia de briozoos que
adorna la arenisca. También contemplo, junto al acuario, dos macetas enormes
donde crecen helechos. Y junto a la mesa adornada con caracolas, grandes trozos
de topacio, crisoberilo y ópalos.
Me asomo cada vez que puedo desde la calle a tu casa. En una esquina, una jaula de mimbre con suelo de sílex acoge a un pájaro que canta desagradablemente durante horas, su pico tiene dientes y las garras son poderosas. Archacopteryx es su nombre y las plumas se parecen a las del faisán. Cuando presiente que llegas a darle su carne diaria, parece que sonría reconfortante. A mí me gusta ver tu colección y tu fauna, pero sobre todo me gusta verte a ti, mi amada australopitecus, tan hábil y desenvuelta en tus cosas.
Me asomo cada vez que puedo desde la calle a tu casa. En una esquina, una jaula de mimbre con suelo de sílex acoge a un pájaro que canta desagradablemente durante horas, su pico tiene dientes y las garras son poderosas. Archacopteryx es su nombre y las plumas se parecen a las del faisán. Cuando presiente que llegas a darle su carne diaria, parece que sonría reconfortante. A mí me gusta ver tu colección y tu fauna, pero sobre todo me gusta verte a ti, mi amada australopitecus, tan hábil y desenvuelta en tus cosas.