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sábado, 6 de enero de 2018

COMPRANDO PESCADO

De buena mañana pido un kilo de boquerones grandes, con buena pinta. Me dice el pescadero: no contienen becquerelios. Un maldita sea se apodera de mí, becquerelios, seguro que otro parásito de nueva hornada nos invade. Le contesto.... joder lo del Anisakis parecía controlado. (Anisakis, precioso nombre para un devorador de abdómenes). Sonríe el hombre mientras abre en canal una merluza para una clienta con cara de pargo. No, hombre no, los becquerelios son isótopos radioactivos componentes del detritus nuclear arrojado al mar.   Es evidente que el pescadero sabe lo que dice. Ha tenido que bregar con chapapotes, petróleos aceitosos, pienso adulterado pisciforme, invasores con venenos o parásitos repelentes. Ahora ha de controlar becquerelios. Estos boquerones son de bahía de Santa Pola, pocos isótopos pueden tener, pero por si las cosas, ya han pasado control sanitario determinado. Con los boquerones en la mano imagino que entre bequerianos y bequerelios hay una diferencia abismal. En prosa y verso. Honda como el alma maldita de las golondrinas radioactivas que volverán a tu balcón los nidos a plantar.  Despido a mi amigo, que sigue esta vez envolviendo hueva de caballa roja en un papel de estraza inmaculado. Me tranquiliza otro informado cliente que camina casualmente por el mercado: no se preocupe usted, la cantidad de yodo es insignificante en estos lares, aunque según cuentan todo el asunto radioactivo puede tener incidencia en la cadena trófica. Coño, expreso con espontaneidad. Un poco antes de llegar a casa me paro en la ferretería de Juanito, colega de toda la vida. Juanito, por favor, véndeme un contador Geiger. Antes de ticarlo en caja mira con cara cómplice. Oye... ¿has comprado boquerones?. Y, claro está, digo que sí irremediablemente. De Santa Pola.


ARCO TRIUNFAL

Dentro de una papelera, en un seto debajo del arco del triunfo, había un bocadillo envuelto en papel plateado. Un bocadillo hermoso de mortadela de ajo con aceite y tomate en rodajas. Doscientos gramos de mortadela aromática y blanda. Dentro de una papelera, al meter la mano una lata de refresco semifría, tenían prisa y han tirado el condumio en una papelera, bajo el arco del triunfo. Y sentado en un banco al sol, en los jardines de acacias del jardín botánico, entretenido contemplando la casa nido sobre el nudo de una rama donde laboran infatigablemente las alondras devoro el casual almuerzo. Dentro de una papelera, el seto del jardín botánico donde envuelvo la mortadela de ajo, sentado al sol con un bocadillo de rodajas con tomates, al meter la mano en las alondras, debajo del arco del triunfo y sentir una lata semifría en el corazón urbanita......



ROBAR LIBROS

Nunca sospechó que acabaría haciendo del robo de libros un arte sugerente y cautivador. Cuenta como una tarde cualquiera, él, lector empedernido  seducido por el dulce elixir de los volúmenes encuadernados, decidió probar. Despegó disimuladamente un adhesivo con microchip en la contraportada, justo debajo de la solapa y, por si el detector sonaba o alguien lo detenía, anduvo tranquilo haciéndose el distraído. Esa sensación, la de un hombre adulto con Ulises de Joyce en la mano, pasando por un triunfal arco detector mudo, arco de triunfos, laureles y fanfarrias imaginarias, fue única. Y de aquella manera, despacio, sin prisas, al principio cada semana y luego cada tres días, fue construyendo una biblioteca importante. El hurto de libros constituía una alternativa a la carestía de los mismos. Libros  de primera edición, manuales, diccionarios, (se hizo con el Moliner en dos tardes), incluso tomos enciclopédicos metidos en una bolsa sin el más leve contratiempo. Es cierto, su habilidad era máxima. Descansaba cada tres meses uno, de esa manera, al reinicio, el latrocinio  se hacía más excitante si cabe.   ...................Hoy he estado en su biblioteca. Supera los veinte mil volúmenes. Literatura, ciencia, ensayo, novela, poesía, religiones. Paneles y estanterías maravillosas repletas de libros por doquier. Me contaba sobre su arte, instructor veraz y locuaz, mientras saboreábamos un don Napoleón. Al pasar por delante de los surrealistas no he podido resistirme. En un despiste me he guardado "Aniceto o el panorama"  Louis Aragón, primera edición, en un bolsillo de la chaqueta. Despidiéndonos, justo cuando estaba en el ascensor, con aire benévolo me señaló el bolsillo: cuando lo leas, devuélvelo, dijo.


REFLEXIONES EN CALZONCILLOS

Resulta que 85 personas repartidas en el mundo suman más dinero que todos los pobres de la tierra juntos. ¿85 personas contra 800, acaso 1000 millones?. Me rasco la coronilla. Hum. ¿Porqué, cómo, cuando amasaron sus prebendas?. ¿Cuantos cadáveres dejaron en el camino?. El maestro Santos Discepolo ya advertía que el mundo fue y será una porquería. Condiciones terribles coinciden en el orbe para que riqueza y pobreza sean la cara de una moneda blanda. ¿Manipulación?.... vaya mañana extraña de preguntas, considerando que aún tengo legañas, que los pájaros no cantan y que las nubes se levantan con destreza habitual..... 
Imagino a esos 85 personajes abstractos colocados en fila india alrededor de un tótem. Realizan danzas de la lluvia Cherokee, utilizan plumas, turquesas, tambores, sonajeros y máscaras para la ceremonia... oh Manitú. Lluvia de poder inmenso, comités ejecutivos, jueces, fiscalías, policías, ministros, presidentes, banqueros, militares, sacerdotes. Lo terrible, lo fatídico, es que  mil  millones de pobres sigamos devorándonos entre nosotros en vez de descuartizar a los 85 bailarines. Algo falla en la estructura simétrica social cuando pocos enclaustran a muchos: ponga un desierto en su vida, una ruta, una jungla, un territorio hostil plagado de bandidos, un mar, una valla, un muro, cientos de soldados apuntando con fusil. Ponga una cárcel y otra más, un piso patera, una rambla para vender falsificaciones, más guardias, más cárcel, más pobres.... ponga un ataúd y un cigarro puro extraído de una plantación convertida en colectividad sin plus valía. Y muchas iglesias. Estas divagaciones (son la purga de mi corazón) las hago en calzoncillos la mayoría de las veces. Un botepronto jodido que se resuelve en confrontación conmigo mismo. Nada hay más tortuoso y fatigador que el desconcierto por el mundo al revés. "El guerrero no es alguien que pelea, no tiene derecho a tomar la vida de otro. El guerrero, para nosotros, es aquel que se sacrifica por el bien de los demás". Pero.. ¿y los guerreros?....
El sol derrapa ya en la acera que veo desde el balcón.


EL PADRINO Y SINATRA

Frank Sinatra entró al restaurante con una sola idea en la cabeza: asesinar a Mario. Detrás  un par de amigos intentaban convencerlo de lo contrario. Sabían que llevaba un 38 en la cintura. Frankie estaba muy enojado. Y colocado. 
En la mesa del segundo salón, perfectamente iluminada de ámbar, Mario comía  entrecot con salsa de nata y arándanos. Estaba solo casualmente, su editor había salido un momento al baño. Nueva York temblaba de frío, invierno de inviernos y nieve. Sinatra le espetó directo: "-¿Te ayudó el FBI a escribir el maldito libro?, debería de romperte las piernas hijo de puta." Por suerte sus amigos frenaron al iracundo actor. A regañadientes lo sacaron del segundo salón entre gritos y gestos alterados. Mario no se inmutó, sólo entretuvo su mirada en los restos rosados del filete casi acabado en el plato gigante. Sabía que aquél enojo respondía a una previsible realidad: Sinatra era Jhonny Fontane en la novela, cantante convertido en actor gracias a la mafia. El personaje no dejaba nada bien al hombre de ojos azules.
Mario Puzo palmó hace años. Fue escritor de poca fortuna y muchas deudas, (como casi todos), pero acertó a escribir su obra magna "El Padrino", y acertó pactando con la Paramount  sueldo y publicación. El Padrino, 1969, se convirtió en superventas pasando 67 semanas en la lista de los más vendidos de The New York Times.
 (Curiosidades: el escritor confesaba que no había conocido a ningún gángster y que toda la documentación que aportaba a su trama la había sacado de los casinos de las Vegas, observando...)
Cuando la productora puso en marcha el proyecto cinematográfico, Joseph Colombo, capo de una de las cinco familias de Nueva York, intentó detener la adaptación. Colombo controlaba, (sus sucesores siguen controlándolo), el sindicato laboral Teamsters y, amén de dos bombas sin heridos, forzó la negociación con los productores del film. El primer paso -asegurar que la película no identificaría el crimen con la comunidad italiana- no se cumplió de ninguna de las maneras. De todos modos el capo dio su visto bueno: la palabra mafia no se pronunciaría en el film. Y así fue.
Durante el rodaje los gángsteres fueron habituales, y aunque excluidos de la premier  en 1972, tuvieron su propio pase privado. Fue tal la conmoción que les causó la película que empezaron a adoptar la palabra "Padrino" y la música de Nino Rotta como banda sonora en bautizos y bodas. (Aquí ocurre un poco como con "Camorra", de Roberto Saviano, donde  descubre todos los tics peliculeros, -incluido el modo de disparar nada "profesional"-, de los matones adscritos a la camorra napolitana).   Hace años que palmó Mario Puzo. De entre todas sus novelas, la trilogía "El Padrino", su adaptación cinematográfica, y sus innumerables secuelas han pasado paralelamente a la historia del cine y de la literatura de gran consumo. Merecidamente.