Buscar este blog

miércoles, 27 de diciembre de 2017

LOS MISMOS

Que porqué se convierten las alamedas de la ciudad de uno en las de otra ciudad es un misterio. Caminando por las aceras suele ocurrir, el gentío detenido junto al escaparate de cualquier tienda en Madrid es el mismo gentío que está quieto delante del escaparate de cualquier tienda en Ginebra.
Cerca de la diagonal barcelonesa vi a una mujer a la que  había saludado en Vitoria. El caso es que vestía igual, con medias negras y gabardina beige. Sospecho que por las calles de las ciudades siempre circulamos los mismos personajes. Incluso los vagabundos sin techo que duermen en cajeros son los mismos. En París, al lado de una iglesia junto al Sena, descubrí a una pareja de borrachos que había conocido en Córdoba. Yo mismo experimenté el factor gentío de las ciudades y supe, viendo una final de la champions en una televisión de una gran superficie en Mataró, supe, digo, que antes había visto la misma final en aquella taberna irlandesa donde conocí a otra mujer de Granada a la que, con toda seguridad, había besado en los soportales de la plaza del ayuntamiento de Alicante. 

BOCAZAS

Tengo un amigo  en edad palmatoria. Bueno, en realidad tengo varios amigos en esa circunstancia. Está harto de repetirle a su mujer que en caso de muerte súbita, (a la muerte pacientemente conseguida llaman ahora súbita), haga el favor de cerrarle la boca. Ha ido a muchos velatorios y, salvo delicatessen del tanatopráctor, caso raro, los fiambres siempre tenían la boca dubitativa. Le comento que pensar en poses estéticas moribundas es un poco retorcido, pero contesta con autoridad: tío, mi boca ha de estar cerrada.
Lo comprendo, no en vano soy un charlatán extrovertido al que la boca le gastado más de una putada. Resecarse cuando menos lo esperaba, o doler, o hincharse a decir tonterías, o que me la partieran por un quítate allá esas ligas. Cosas de un bocabierta sin remisión. Ya saben que hubo un papa que murió por abrirla demasiado al beber agua. Una mosca revoltosa lo atragantó hasta la vida eterna. Como dice Galeano aquél papa murió de mosca, aunque es evidente que la mosca murió de papa. Tiene razón severa mi amigo. Los bocabiertas han sido siempre una calamidad para la humanidad, aunque el feudo machista aplaudiera enormemente a garganta profunda, verdadera paladina de las bocas abiertas. Me da igual la pose al morir. Me da lo mismo palmar empalmado que empalmar palmando. Boca y ombligo, ética y estética. Lo importante, digo yo, es poder contarlo. Y que corra de boca en boca.

REFLEXIONES A VUELAPLUMA UNA MAÑANA DE VIENTO

Con respecto a los lectores considérenme alter ego de Pennywise, el payaso al que Stephen King magnifica en It bajándolo a la boca de una alcantarilla para atraer a niños de seis años. El lector, goloso, atraído igual que el niño por los algodones de azúcar, dirá: se supone que no debo de aceptar regalos de desconocidos. 
Y de esa estúpida forma se acerca tanto como para rozar los predicados verbales. En ese instante Pennywise le arrancará un brazo. No se molesten ni enfaden, todo es una burla, un ataque sin control contra mí mismo. "No hay día que pueda pasar sin verter alguna frase contra mí". Eso, más o menos, decía Kafka, agazapado en su despacho con olor a tinteros viejos. Él llevó la burla al máximo exponente: fabricó un mundo propio con el que alimentar otros mundos, aunque en el fondo no fuese más que puro regodeo de miserabilidad. Kafka decide convertirse en kafkiano un día lluvioso de Praga, igual que yo me convierto en Pennywise una mañana ventosa de diciembre, con la mentira de fantasmas y aparecidos dando vueltas en los semáforos. Lo dicho:  sólo pretendo divertirme, unas veces asesinando a todos con historietas turbias o calamitosas  y las más, aunque no lo crean, matándome poco a poco.