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lunes, 15 de enero de 2018

DE NARICES

Hay muchas formas de dañar una nariz y fracturarla. Un golpe seco y rápido con la base de la palma de la mano desde el labio superior hacia arriba rompe los huesos propios. Al darlo, si se efectúa con la máxima precisión y exceso de fuerza, se causa asfixia en el contrario, la sangre circula hacia adentro, atragantando y produciendo confusión en su mente. Si es un rival tendrás que terminar de dejarlo fuera de combate, caso contrario,  inapelablemente un brote de ira descontrolará y acelerará su contra- ataque.
 En boxeo, al contrario, el golpe suele ser directo. Enseguida cruje el tabique nasal o se desplaza de su sitio. Duele bastante, sobre todo las curas. Los hematomas, (normalmente bajo los ojos), no desaparecen en semanas.
 Todo esto que cuento no lo aplicó Sebastián. Deseando  autofracturarse algo, anduvo hasta las vías del tren para, de lado, posar su enorme napia sobre un raíl. Aguantó con un par hasta que el convoy le pasó por encima. Indudablemente fue absorbido por la inercia de los vagones, asunto que hube de explicar (la inercia y sus consecuencias) a mis alumnos, una enmarañada mañana soleada, durante el entierro de Sebastián, que por cierto, acabó sin nariz y con medio cuerpo descuartizado. Todos los que acudieron al sepelio eran chatos.

                      


TARZÁN DE LOS MONOS


Si les comento que una saga de novelitas alcanzó entre 1914 y 1947 la friolera de 56 traducciones a diferentes idiomas y tiradas superiores a los 15 millones de ejemplares, harán diana si contestan: "Tarzán de los monos".
Sobre 1912  E. Rice Bourrughs publicó la primera de las 26 entregas sobre el hombre mono. Bourroghs se inspiró en el libro de Kipling, (1894), "El libro de la selva" y en varios mitos próximos a Hércules. El escritor nunca visitó África, así que le tocó documentarse por doquier. Estudió las teorías de Darwin, aunque, cuentan, acabó defendiendo el eugenismo. Edward Rice encaminó a su personaje por el mito del buen salvaje, siguiendo la estela de Rosseau y el buen primitivismo. Rey de un paraíso perdido, se alzaba con tonos racistas sobre las etnias aborígenes inferiores, (la única tribu amiga eran los Waziri, que en la "lengua de los monos" significaba (¡como no!) piel blanca).
La historia perfectamente entramada, rápido fue captada por los productores de Hollywood y pidieron y encontraron la colaboración del escritor en la adaptación cinematográfica de "Tarzán de los monos", entre 1916 y 1918.


 En el cine, ¿que contar que ustedes no sepan?: 42 películas desde Jonny Weismuller hasta el autista Christopher Lambert. Historia ya plenamente manipulada y reescrita por los guionistas de la industria cinematográfica, (el autor imaginó a Tarzán políglota y el cine a Tarzán monosilábico). Tarzán con una Jane que nunca existió y con una mona, Cheeta, que tampoco.
Literatura, cine y cómics, (Burne Hogarth, 1911, 1916).... el gran simio blanco, eslabón perdido en la cadena de la humanidad, alimentado como Rómulo y Remo de animales salvajes, criado y educado en la naturaleza y con los dioses lares como únicos controladores de su extraordinaria adaptación al medio. Rupturista, detractor de la civilización como mal de vicios y de formas, Tarzán, de liana en liana, vuela por las junglas (imaginarias, irreales) de un continente virgen y espléndido.
La verdad, sólo tengo la mitad de las novelitas de Tarzán, (sigo buscando la colección completa). Taparrabos poseo, lianas también, cocodrilos a los que derrotar... está hecho,.... sólo me falta ensayar el grito gutural de llamada animal: Rajooooooooooooooyyyyyyyyyyyyyyy ¡¡¡¡¡ , así están las cosas. Maldición.


PALMARLA A SABIENDAS, STEVE JOBS

Hablaba Steve Jobs en una excelente conferencia, que ni siquiera sabía que demonios era el páncreas. Le creo. Un día aparece uno en una consulta y le dicen: claros indicadores tumorales en el epidídimo. Entonces el paciente mira a los lados, arriba abajo, el epidídimo no aparece en su perímetro, ni siquiera puede hacerse una composición de lugar, una reproducción mental que justifique su búsqueda. Uno tiene tumores en algo que no logra identificar, asunto ansiolítico, créanme.
 Un paciente amigo le preguntó un día a un médico que coño era eso llamado mediastino. El médico, muy educado, le dijo que esperara un instante. Y le regaló, al cabo, un manual básico de anatomía. Gracias a la lectura conjunta del susodicho libro, me enteré que la glándula de Cowper ayuda a lubricar de preesperma el conducto de la uretra, asunto que me  ha funcionado sin obstrucciones tumorales  este más de medio siglo largo de vida absurda.
 Jobs en esa conferencia absorbe a la muerte, su muerte, como consecuencia justa de la vida, acepta el trámite, lo banaliza . Admite que la parca no entiende de anatomías camuflada para operar con tranquilidad. Igual aparece de repente, que envuelta en un desgate celular irreparable. Cuando esto ocurre es inútil conocer el órgano afectado: aquí le presento a un neoplasma maligno, aquí un amigo, oiga. Y más allá, esa chica rubia con minifalda y guadaña espera para tomarse una copa de éter eterno contigo. Mejor de zumo de manzana, Jobs dixit.


MIEDO


 de....."TRANSINFIERNO" A.Rodajorge

"¿Quién mira?, ¿es una cariátide escapada, huida a los confines?.¿Quién corre?, la noche abre sus pinzas de cangrejo negro, ¿una gorgona intrusa en la ciudad?, su mirada pétrea, sus ojos de arena blanca, los muslos curvos en la esquina. ¿Quién se detiene y recupera el aliento?, ¿acaso el hálito gris de la muerte, gárgola demoníaca?, ¿Quién pregunta?".




GOL MIL DE PELÉ

Mi padre, el veinte de noviembre de 1969 me dijo: Pelé ha marcado su gol número mil. Por mi cabeza infantil, balones ásperos de la época, duros, curados con tocino sobrante de las comidas, botaban libres haciendo  competencia a Jorge Manrique, un poeta obligatorio en los remansos de literatura nacionalcatólica del tardofranquismo incipiente. Fue en Maracaná, jugando con el Santos frente al Vasco de Gama. El árbitro pitó penalti en el minuto treinta y tres del segundo tiempo. El minuto treinta y tres es desde entonces, en el imaginario de la chiquillada, el minuto glorioso eterno, el minuto donde la realidad se detenía para dar paso a la fábula. Pierna negra de ébano derecha, disparo, estruendo del estadio y Edgardo Andrada, portero rival, argentino de nacimiento, cagándose en la concha de su madre.
 Pese a los lamentos, Edgardo sabía que la posteridad le recordaría: fue el arquero al que o rey le hizo el mil. Aquella mañana mi padre andaba metido dentro de motores grandes de autobuses Pegasos, lleno de grasa. Pelé es lo máximo, recuérdalo, nadie será tan grande como él : bueno, en realidad sí que hay alguien mejor que él, se llamaba Garrincha. Pero eso es otra historia. Además triste. 


ARENQUES PÁLIDOS

Una serie de acontecimientos domésticos hacen que vea el retablo cerámico de Barceló en Palma de Mallorca. Embobado, paseo por su capilla marítima, alucinante, fosilizada a mil quinientos grados. Y ahí, al pronto, empiezo a ver cabezas de arenques que huyen de anzuelos gigantes. Cierta vez tuve un sueño similar, arenques pálidos en un folio. Entonces recuerdo un cuento corto de Wilcock. Viene a narrar la vida de Theodor Georghescu, pastor evangélico que, en arrebato de fe, decide conservar en sal a una cantidad determinada de negros de todas las edades, por los alrededores de Ambao, Brasil. Hasta doscientos veintisiete cadáveres en diversos estados de putrefacción orientados hacia Jerusalem, cada uno portando entre los dientes un arenque, igual de salado que ellos. La coincidencia de la capilla de Barceló con mi sueño y el cuento breve me hace fantasear, más si cabe, dado que al menos tres veces he dedicado escritos donde aparecen, solos o en cardúmenes inmensos, estas clupeas plateadas, delicia gastronómica de medio mundo, incluso alimento exclusivo de supervivencia. Contaban varios mineros, cómo en los años cuarenta del pasado siglo acarreaban inmensos bolos de granito y mármol con mulas, asnos, pollinos tercos,  sobrios. Eran las horas largas, los días inacabables e iracundos, máxime cuando el patrón, pequeño amo de la explotación, vigilaba a dinamiteros y picadores desde el sombrajo, sentado durante jornadas enteras. Esos hombres duros  se jugaban la vida diariamente, comían chuscos de pan y dos arenques salados secos, que al ser apretados contra un peso derretían su aceite proteínico insuflando la sed de vino necesaria para acabar el día jugándose a las cartas la soldada.
Al mirar las cabezas colgadas en las paredes se que los peces no huyen de dios, al revés, pareciera que  lo acaban de engullir, devoradores extraordinarios. Miran al espectador como lo hacen bajo el agua, fríos, desconfiados, enseñando la quijada de finos dientes. Y entiendo el misterio de los enterramientos  de Georghescu: escogía a sus candidatos entre los parados del puerto, los golpeaba con un martillo en la cabeza, luego los bautizaba con agua salada, les ponía  arenques,  echaba más encima y finalmente los cubría con todavía más sal gruesa. Como el sueño esculpido de la catedral de Barceló: doscientos veintisiete obispos en salmuera. Como mi sueño de arenques pálidos. 


PÁJAROS ÁCIDOS

Releo "La conjura de los necios",(releo siempre de ocho y media a nueve menos cuarto am), sentado en la terraza de una cafetería. Hoy una cagada de ave escondida entre el follaje de los gigantescos ficus me encabrona. Joder. Cae justo en el muslo. Blanca, negra y gris, cagada tricolor que inflexiona mi posición delante del café largo humeante arriba de la mesa. El  pájaro es ácido, debe de serlo, porque el excremento crea en segundos una quemazón en el pantalón y la quemazón un agujero diminuto, similar al fósforo candescente. Mierda al cuadrado. Pájaros mutantes sobre la copa de los árboles de las cafeterías que cagan napalm cotidiano. Pájaros con alas de nácar, con plumas de hierro, con vientre decrepitus humeante. ¿Que comen nuestros pájaros de ciudad, pregunto al hilarante protagonista de la novela obligatoria releída, Ignatus Reilly?. 
Me levanto y entro en el bar en cuestión. Abro paso entre la gente que  zampa churros y humos chocolateros. Otro café, cuando pueda, por favor. Miro a la camarera atareada en la máquina y veo un leve, pequeño, minúsculo agujero en su hombro derecho. Cuando llega con el vaso se lo señalo... ¿pájaro o pajarraco?. Ella sonríe.