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domingo, 24 de diciembre de 2017

UN PÁJARO EN EL SALÓN

Un pájaro se confunde y entra en el salón revoloteando asustado sobre pilas de libros y ceniceros llenos de colillas. Hay algo que no entiende, tal vez la mosca invisible a la que perseguía lo ha engañado y atraído hacia esta inexacta prisión color día.
No hago nada, sólo observar. El pánico primero, (oigo su diminuto corazón latir a toda velocidad), da paso al descanso e imagino, (desconozco si los pájaros conocen la técnica hipoventiladora), que inquieto apercibe sus dos fracasos: la mosca invisible no está y el salón, un enorme espacio extraño repleto de papeles y olor a tabaco rubio, no tiene nada que ver con la fronda donde habita. Las ramas son aristas oxidadas de celulosa oxidada y los brillos embaucadores pertenecen a dos bolígrafos dejados sobre el escritorio, a su vez lleno de cachivaches, pequeños fetiches que inspiran al escribidor, dígase una calavera de porcelana, trilobites y amonites, un bivalvo, otro coral robado del agua submarina.
El pájaro salta mirándolo todo, sobre todo a mí, que desnudo y envuelto en humo debo de parecer un ser de las tinieblas, del infierno ornitológico, del averno jodido en el que creen sus antepasados.
Sonrío mientras evaporo nicotina de mi cerebro. Está posado sobre un tomo de sociología: “La situación social en España”, informe procedente del programa en políticas públicas y sociales de la fundación Largo Caballero. Picotea el ave la foto de portada: le sabe raro, nada que ver con la mosca invisible que lo trajo al laberinto.
Esta situación matinal produce rarezas. Repasa “Cuadernos de Hiroshima” y ante las notas musicales que emite el ordenador, (jazz triste para irse muriendo poco a poco en las mañanas de otoño), mueve la cabeza nervioso. Es literario el intruso, Curiosea las cubiertas de Piglia, Borges y Rivera Letelier. Ojalá no llegue a Delibes, éste es capaz de soltarle un escopetazo cinegético, que Delibes era castellano del campo y la perdiz….. ¿sabrá acaso que son las perdices?. Más bien semeja un ejemplar de ciudad, nato en un parque público lleno de palomas y gorriones. De Letelier vuela hasta Primo Levi Auschwitz y desde allá, en un instante de atención suprema, hasta la luz que entra por el balcón (acabo de abrir las ventanas). Señalo la salida, vía única del sol. Afuera esperan los suyos, libertad de aire e insectos imposibles a estas horas.
Parece comprender. Dudando, planea hasta un diccionario de dudas e incorrecciones del lenguaje para, asegurándose, salir por el ventanal aún con el miedo en el cuerpo. Ocurre una curiosidad, no se si lo estoy inventando o si ha sido tal y como lo cuento. El animal se posa en la barandilla atendiendo a la calle. Ladea su cara y me mira. La mirada de los pájaros es extraña y concluyente, a la postre sus antepasados fueron dinosaurios de ojos profundos. Por fin abre sus alas.
Aparece un cardúmen de moscas invisibles prestas a guiarlo. Se hincha y desde dentro de su miedo brota otro ser grande con plumas de acero, pico curvo y garras de león.
Sin dilación, retoma el vuelo hacia los sauces llorones del bulevar.