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viernes, 22 de diciembre de 2017

CAMINO DE SANTIAGO

Se lo advertí con cariño. Ten cuidado con el auto-conocimiento y esas cosas, a partir de una edad uno ha de ser como es, descubrir lo contrario puede tener consecuencias irreparables. Pero se empeñó.
 Abandonó la vida disoluta entregándose a la meditación. Más tarde letanías, cánticos espirituales y búsquedas del subconsciente. Acabó marchando por  rutas que marca el folclore dedicado a estas cosas. He de encontrarme a mí mismo, me dijo. Debió de hacerlo pronto, aunque es obvio que no le gustó. Antes de arribar a no sé que catedral, apareció en un recodo del camino colgado de la higuera centenaria. Pocos metros allá una venta acoge peregrinos. Todos se buscan a sí mismos, dicen.


CARACOLES Y DESOBEDIENCIA

Es al pedir caracoles con tomate cuando hablo con mis contertulios. Recuerdo a Cosimo Piovasco huyendo de la mesa donde su hermana había servido comida en abundancia. Dicen que ponía colas de cerdo asadas como si fueran rosquillas, que una vez había preparado suculento hígado de ratón convertido en paté, o que adornaba la coliflor con orejas de liebre junto a cabezas de cerdo con la boca abierta y una langosta roja sosteniendo en sus pinzas la lengua del cochinillo. Mis amigos, entre copas, me miran desorientados: ¿qué quieres decir?. Nada, en realidad es sólo una anécdota porque la protesta, negación máxima de Cosimo, su porvenir instantáneo, se precipita como consecuencia al no querer comer caracoles. 
Battista, la hermana, los decapitaba y luego pinchaba cabezas blandas con un palillo en los profiteroles simulando una bandada de pequeños cisnes en la fuente brillante. Dicho así parece macabro. No lo sé, querido, es Italo Calvino el que lo escribe en el "Barón rampante". ¿Sabéis?: Cosimo decidió subir a los árboles y allí se encaramó para siempre, rebelándose contra la familia, máxima institución fagocitadora, igual que el trapecista de Kafka eligió su trapecio, o el señor Bartebly de Melville, la oficina. Formas de desobediencia suprema. ¿Subió a los árboles?. Sí, encaramado en ramas a los doce años. Pasó el resto de su vida y desde allí el mundo giró con él, nunca ajeno. Las invasiones napoleónicas, la revolución francesa... Que cosas tan raras nos cuentas, no tengo ni idea del trapecista de Kafka, ni sé quién era Bartebly, ni, por supuesto, conocía la historia de Cosimo, lo que sí sé, no lo dudes, es que se me han quitado las ganas de comer caracoles. Y sorbiendo el último, bebe un trago de vino.

ALIMENTACIÓN CONTAMINADA

Se recomienda a las embarazadas no comer atún, a los bebés no comer espinacas ni acelgas y a los demás no comer las entrañas del caparazón del centollo con vino de jerez y cuchara. Los atúnidos, tiburones o peces espadas poseen un elevado contenido de mercurio, las hortalizas un desaforado incremento de nitratos y los centollos mucho cadmio. Sobre este crustáceo, termino de leer a Cunqueiro, cosa que recomiendo. Su nombre científico, (centolla vulgaris) es Maia, la más hermosa de las Pléyades, estrellas que se llamaban así por ser hijas de Pleone, que las tuvo de Atlas. Las Pléyades matutinas avisaban a los viajeros griegos del tiempo para navegar. Por eso, cuando me dicen que el cadmio se ha apoderado de los centollos de mi alma, siento una cierta desazón, aunque uno, que es de letras, no sepa bien lo que es el cadmio y ni siquiera recuerde el sabor centollil, especie de marisco que debido a la crisis permanente no pruebo desde 1979. El atún, pescado azul tan recomendado, tan perseguido y esquilmado por la flota japonesa, resulta contener altas dosis de veneno.
La cadena alimentaria es lo que es. Comemos, cagamos y abonamos con nuestras heces los alimentos que comerán los inferiores en la escala evolutiva. De hecho no arrojamos sólo heces, también detritus en forma de bolsas de plástico, celulosas, boquillas de tabaco o latas de cerveza sin mensaje. Ellos, los animales que comen nuestra inmundicia, se vengan devolviéndonos porquería. Todo está revuelto, los transgénicos,  la carne vacuna, ovinos desmineralizados, los conejos super pobladores o mi primo el atún, monstruo que llega a pesar más de trescientos kilos sin contar el mercurio ni las latas en conserva que conlleva. De momento voy a comer  un manojo de espinacas de Popeye y.... fruta, ya digo que el centollo, (oh maravilloso cadmio, poséeme¡¡¡), no lo cato desde la prehistoria.