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jueves, 14 de diciembre de 2017

DESAYUNAR HUEVOS DUROS

El filósofo Nietzsche se sienta frente al ventanal para desayunar su huevo duro diario. Servido en copa de loza, golpea con una cucharita la cáscara blanca mientras ve su reflejo en el cristal de la ventana. Nietzsche se da cuenta que dentro del cristal, otro igual a él, golpea también el huevo duro. Con la uña del dedo índice aparta las cáscaras blancas del caparazón. 
Una membrana frágil se interpone entre el filo de la cucharita y la brillante albúmina. El reflejo lo imita en otro mundo: es el doble, sosías, los paraiguales, odradeks, seres negros. Se dedica a repetir lo que hace el filósofo, mirándolo entre el oxígeno de la calle y el aire turbio del salón iluminado. La clara da paso al cuajo de la yema. Un poco más adentro, como él exige y acostumbra, dos gotas amarillas líquidas salvadas de la solidez del hervor. En esas gotas aún calientes reposa el alma del pollo, a Nietzsche le encanta saborear el ánima de los pollos. Considera que le insufla sabiduría guerrera. Desde el reflejo del vidrio se ajusta las gafas y baja la cabeza mirando al óvalo. Más tarde se limpia con una servilleta y, uniéndose al otro en el cristal, desaparece en el abismo de la nada.


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