Se lo advertí con cariño. Ten cuidado con el auto-conocimiento y esas cosas, a partir de una edad uno ha de ser como es, descubrir lo contrario puede tener consecuencias irreparables. Pero se empeñó.
Abandonó la vida disoluta entregándose a la meditación. Más tarde letanías, cánticos espirituales y búsquedas del subconsciente. Acabó marchando por rutas que marca el folclore dedicado a estas cosas. He de encontrarme a mí mismo, me dijo. Debió de hacerlo pronto, aunque es obvio que no le gustó. Antes de arribar a no sé que catedral, apareció en un recodo del camino colgado de la higuera centenaria. Pocos metros allá una venta acoge peregrinos. Todos se buscan a sí mismos, dicen.
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