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jueves, 21 de diciembre de 2017

TIRANDO GATOS A LA BASURA

Vemos como una señora cuarentona acaricia a un gato y, acto seguido, lo arroja al contenedor de la basura. Suele pasar. Otras veces alguien tira un paquete perfectamente embalado que contiene las extremidades inferiores del vecino. Otras, lo saben ustedes bien, al abrir el contenedor el llanto de un neonato sorprende al indigente que buscaba cajitas de galletas empezadas o media docenas de huevos caducados. En mi barrio, a Serapio, en una borrachera, lo arrojaron al contenedor entre otros dos. No contentos con la acción, empujaron el cajón verde de la basura cuesta abajo hasta que acabó empotrado contra un autobús de línea aparcado en una curva.   
Gatos, señoras, vecinos, amputaciones, bebés y borrachos rondan los contenedores verdes, basuras de nuestro tiempo destinada a vertederos llenos de gaviotas carroñeras. A uno le parece una actitud demencial arrojar animales o seres vivos o muertos, es más, no volvería a fiarme de mi vecina si la filmaran acariciando y arrojando gatos, dos asuntos diferentes, antagonistas, contrarios incluso al propio estado de las cosas. Ella, en su descargo, ha dicho que no sabe que le pasó, sólo quería gastar una broma. El felino enclaustrado ha contestado que marramiaumiau. Coincido bastante con esta segunda opinión.


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