Me regalaron un despertador. Un reloj de los llamados de cuerda. Giraba sus agujas al revés, como el agua del hemisferio sur o los pensamientos de algunos tipos que conozco. Cada vez que llegaba con su tic a las seis en punto de la mañana su estruendo embarullado se metía bajo las sábanas. En todo caso sabía a ciencia cierta que no eran las seis y sí las doce, o que no eran las doce y sí las seis.
Otro día cualquiera el despertador se detuvo. Me enteré que a esa hora murieron todos los pájaros de la calle. Y que el liceo de la ópera se incendió. Un movimiento sísmico sacudió eurasia mientras un tsunami angustioso se tragó una isla del pacífico. Mirando la esfera ámbar y las manecillas, supe que tenía que destruirlo. Cuando me decidí, el despertador volvió a funcionar. Y aquí está, en la mesita de noche, marcando la hora al revés, vigilando sueños oscuros.
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