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martes, 2 de enero de 2018

89 CUENTOS CORTOS

Usted podría escribir ochenta y nueve cuentos cortos cuando abre el frigorífico. Hablarían del perejil y de media docena de huevos cóncavos que parasitan durante días  en gélida asamblea. No es extraña tal ocurrencia,  el frigorífico suele ser el polo norte de muchos relatos breves, considerando que los perejiles arrugados sobre un verso de Rimbaud, se presenten como escenario ideal.
Ochenta y nueve cuentos cortos no son tanto, narrarían, por decir algo, la vida secreta de los poetas sin sesera, aquellos cantores que habitan en otra latitud y se consagran a los espíritus del mal, el sueño irreverente de los decapitados por el cartel de Sinaloa, o la breve historia de un grupo de abogados cocainómanos convertidos en gang atraca bancos.
Mejor, la de un grupo de banqueros cocainómanos convertidos en gang atraca abogacías, quizás en huevos apoyados sobre la maldita fresquera con olor a perejil.
Los versos más tristes esta noche de Neruda fabrican telarañas en el depósito de cadáveres….. escritos mínimos frigorizados emanan del vacío absoluto, de la soledad  explicada por León Felipe “narradores de cuentos, el gusano no se chupa el caramelo de la cola, no es un cuento, es un sueño que camina”. Acaso a estas alturas el mismo León Felipe sea un sueño, un gusano, un caramelo.
 Especulaciones sobre brevedad en ochenta y nueve textos chocan con la puerta abierta, ésta nevera es una morgue casual donde seis huevos cóncavos velan la agonía del perejil o la triste melodía del saxo de Stan Getz, y  usted, tan dispuesto a escribir para dormir un poco más, (¿dormir y escribir es lo mismo?), intenta cerrar la puerta escabrosa de gama blanca y volver sobre sus pasos, retroceder hasta el origen mismo de la letra primera, una capitular agujereada por las espadas de la razón.
Ochenta y nueve cuentos breves sin sentido, demenciales, disparatados, llenos de boquetes de fusil.





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