"Un
pinchazo en el pecho acaba despertando al tipo que dormita con los pies sobre
un cojín apoyado en una mesa baja de color caoba. Está tapado con una manta que
le da confort.
En televisión un reportaje sobre koalas y peleas sexuales
marsupiales parpadea en el centro del
comedor con persianas bajadas impidiendo ver las nubes oscuras, cenizas volátiles del volcán que hace una hora ha
entrado en erupción apenas a doscientos kilómetros de allí y que el viento de
poniente mueve, arrastra, extiende.
El
pinchazo en el pecho ha sido una mera reacción muscular, piensa mientras bebe
agua con pastillas ex profeso. A pesar de estar encerrado en casa, el olor a
fragmentos piroclastos, bombas ígneas,
escorias, gases, lapillis, inunda el ambiente. Koalas en televisión arañándose,
comiendo eucaliptos y trepando por los troncos del bosque arrasado.
El
volcán, que sigue expulsando lava cruenta, provoca un auténtico caos en la región. La
desbandada precede al pánico; las autoridades se ven forzadas a disparar contra
revueltas y saqueos. Un corredor marcado por especialistas militares trata de evacuar a la
población. Las emanaciones dificultan cada vez más todo procedimiento.
Cientos de personas caen asfixiadas por las calles. Diáspora de coches y furgonetas equipadas con ropa y
neceser de supervivencia.
Este pinchazo sigue, maldita sea, piensa, así que toma nitroglicerina sublingual
para el angor pectoris, la base de la lengua se pone ácida debido al citrato de
cafeína, siente mucho dolor, antes ya ingirió un betabloqueante.
Un
koala invasor reta al macho alfa y lo muerde casi a muerte, revolcándolo.
Afuera el cielo parece rojo y los disparos lejanos advierten de la algarabía.
Apoyado sobre un cojín reposa con la lengua hinchada, la respiración extraña, dolor
incesante. Definitivamente el fin del mundo comenzó hace un rato."
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