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domingo, 7 de enero de 2018

BAR

La barra del bar es estrecha y de aluminio. Limita hacia el este el salón, algunas mesas y sillas verdes. La barra suele estar habitada por personajes que provienen de la nada. Algunos resisten anclados al vaso, a sus codos y al paquete de tabaco. Surgidos ocasionalmente, hablan como espíritus en pena, dos cocacolas, dos quintos de cerveza y un vaso de vino. Ella, por ejemplo, sentada en el taburete, se confunde con el humo de la tortilla de patatas del expositor mientras bebe ron. Se ajusta la falda corta con un gesto mil veces repetido. Ora, otro habitante tose pidiendo coñac y prensa deportiva. Los habitantes, ya digo, son espurios, así que en medio del todo se evaporan por la campana extractora. Sólo quedan las botellas brillando al fondo y el tintineo de las máquinas traga perras. Un camarero de escayola intenta no moverse. Los habitantes de la barra suelen ser réplicas de sí mismos. Entre aparición y aparición, no tardan más de veinticuatro horas.

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