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domingo, 7 de enero de 2018

EL CLUB DE LOS ESCRITORES SUICIDAS


Hubo un día  que los escritores suicidas se juntaron en el cementerio, donde todos los borrachos juegan al mus. Hombres y mujeres, arrebatados por la claridad de la guadaña, invirtieron el proceso de creación y decidieron, sin más, poner punto final a sus vidas. La lista es larga y usaron todo lo que tuvieron a su alcance: barbitúricos, morfina, arma de fuego, alcohol, agua, gas, venenos...: 
Pavese se tomó diez somníferos que le pararon el corazón en 1950, después de su muerte le llegó la gloria literaria. Heminwway, a los 63 años, mientras descansaba en Idaho decidió poner fin a sus delirios volándose la cabeza. Mariano José de Larra, (mi admirado Fígaro), no soportó el amargo sabor del desamor y se disparó en la sien en Febrero de 1837. Jack London, (conservo un tomo con su ex libris, una cabeza de lobo nórdico) en 1916, cuando contaba con 40 años, ingirió una dosis extraordinaria de morfina. Tenesse Willians acabó con su hígado destrozado por alcohol y otras drogas en 1983. Podríamos seguir narrando cantidad de muertes parecidas, Virginia Wolf, Paul Celan, Alfonsina Storni, Joseph Roth, Kennedy Toole, Sylvia Plath, Maiakovski, Anne Sexton, Yasunari Kawabata, Horacio Quiroga, Stefan Zweig, Demóstenes, Thomas Chatterton, Primo Levi, Dylan Thomas, Reinaldo Arenas, Alejandra Pizarnik, Sándor Màrai.... y tantos que podrían llenar este folio virtual.
Pero quiero detenerme, como fisgón de este natural club, en tres curiosos casos de abandono drástico de la existencia: Uno es el conocido escritor Yukio Mishima, karateka, espadachín, samurai, ultranacionalista. El 25 de Noviembre de 1970, tras leer un manifiesto por la regeneración de la patria desde el balcón de la sede de las Fuerzas Armadas del Este en Ichigaya, se hizo rigurosamente el harakiri siendo decapitado, como marcan los cánones, por un cadete. Otro caso extraordinario es el de Emilio Salgari, al que tantos de ustedes habrán leído en su juventud. Ochentas novelas y cientos de relatos cifran la producción del autor de Sandokán, pese a lo cual pasó por penurias económicas. La locura de su esposa y el desespero económico lo condujeron en 1911 a rajarse el cuello y el vientre con un cuchillo en las cumbres del Val de San Marino. Y por último el famoso Empéclodes, filósofo patentador de la ley cósmica de los cuatro elementos. Harto ya de estar harto ascendió hasta el cráter del Etna y allí se arrojó para fundirse con el magma......

Bueno, el club de los suicidas no acaba aquí, pero es un territorio al que volveré otro día... quizás. César Pavese, al que ya hemos mencionado,lo afirmaba con clarividencia: el suicidio es un homicidio tímido.





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