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miércoles, 24 de enero de 2018

PAISAJE AFGANO

Veo una foto estupenda de Routers, Omar Shobani es su autor. Un policía afgano se parapeta tras un kiosco dónde una gran hamburguesa con ketchup arábigo muestra su esplendor. El policía viste traje de faena fabricado en Alemania, botas militares italianas y una gorra de plato que se encasqueta en su pelo ensortijado. Porta un kalasnikov. Agazapado, observa, repele o contraataca una acometida talibán.  La foto es magnífica: carne redonda sacrificada según los preceptos musulmanes, con queso, tomate y una hoja de lechuga. El pan redondo se supone blando y harinado. Dan ganas de agacharse junto al poli y dar un bocado a la réplica occidental. Comida estiércol cerca del infierno represión- acción de Kabul. Aquí, en la foto, la globalización ofrece todo su esplendor manipulable: unos ponen los muertos, los otros los medios para matar. Es más, unos ponen los heridos y los otros las medicinas para sanarlos. Es más, unos ponen las medicinas y los otros ayudan a los de más allá a que hayan suficientes heridos para sanarlos.   Hamburguesas en el paisaje árido de los kalasnikov y del Corán como santo y seña. Contaba no se quién que entre presbiteranos, luteranos, evangelistas, ortodoxos, cristianos romanos, judíos, budistas y musulmanes, los guerreros en aquella zona distraen de sus tareas a dios. Yo siempre he pensado, sin embargo, que dios no se distraía. La foto lo demuestra: ahí está, reconvertido en hamburguesa imperial de designio universal. Dios es la Coca-Cola, la Philip Morris, la franquicia de los bigmacs, dios es un perrito caliente, un capullo de amapola opiácea, un chute de vitamina antisoviética.
El poli afgano retratado luce limpio. Tiene barba canosa y una mirada de felino al acecho. Imagino que se sentirá cargado de razón. Y también imagino, sólo por imaginar, que se siente protagonista de un reality show televisado. Fotografiado. Manipulado.

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