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sábado, 6 de enero de 2018

ROBAR LIBROS

Nunca sospechó que acabaría haciendo del robo de libros un arte sugerente y cautivador. Cuenta como una tarde cualquiera, él, lector empedernido  seducido por el dulce elixir de los volúmenes encuadernados, decidió probar. Despegó disimuladamente un adhesivo con microchip en la contraportada, justo debajo de la solapa y, por si el detector sonaba o alguien lo detenía, anduvo tranquilo haciéndose el distraído. Esa sensación, la de un hombre adulto con Ulises de Joyce en la mano, pasando por un triunfal arco detector mudo, arco de triunfos, laureles y fanfarrias imaginarias, fue única. Y de aquella manera, despacio, sin prisas, al principio cada semana y luego cada tres días, fue construyendo una biblioteca importante. El hurto de libros constituía una alternativa a la carestía de los mismos. Libros  de primera edición, manuales, diccionarios, (se hizo con el Moliner en dos tardes), incluso tomos enciclopédicos metidos en una bolsa sin el más leve contratiempo. Es cierto, su habilidad era máxima. Descansaba cada tres meses uno, de esa manera, al reinicio, el latrocinio  se hacía más excitante si cabe.   ...................Hoy he estado en su biblioteca. Supera los veinte mil volúmenes. Literatura, ciencia, ensayo, novela, poesía, religiones. Paneles y estanterías maravillosas repletas de libros por doquier. Me contaba sobre su arte, instructor veraz y locuaz, mientras saboreábamos un don Napoleón. Al pasar por delante de los surrealistas no he podido resistirme. En un despiste me he guardado "Aniceto o el panorama"  Louis Aragón, primera edición, en un bolsillo de la chaqueta. Despidiéndonos, justo cuando estaba en el ascensor, con aire benévolo me señaló el bolsillo: cuando lo leas, devuélvelo, dijo.


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