El esqueleto se asoma a la balaustrada mirando el patio de armas, ahora tan vacío. Vuelan hojas secas, papeles y plásticos contra las esquinas. Es basura de abandono. Le hubiera gustado volver a ver a todos los esqueletos formados, mil arquitecturas óseas en perfecto estado de revista. Pero no puede ser, acabaron en el osario, cosas del tiempo, de los tiempos encarnizados que corren. Abajo junto a los arcos un perro orina. Parece que no acaba nunca, que fuese un personaje estático del escenario decrépito. Al esqueleto apoyado en el balcón le vienen sonidos de antaño, música marcial, tibias y peronés firmes, radios y cubitos saludando con vehemencia. ¿Y la bandera?... Ahí batiéndose en dos o tres partes como un trapo cualquiera, ajada, deslucida. Está a media altura, nadie la mira, ni la honra, ni la iza. El esqueleto intenta encender un cigarro que no tiene. Mierda, ni tabaco ni pulmones. Así, renqueante, decide volver su cripta.
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