Buscar este blog

viernes, 12 de enero de 2018

VELATORIO

Fue y se murió. En el velatorio nos dieron anís y pastas, que su familia era muy cumplida. Algunos se atragantaron con los roscos de miel, así que el licor blanco voló. Tuvieron que traer otras dos botellas. Los velatorios de compadres tienen estas historias, se alimenta y se atiza el bebercio, antropología primaria, a la postre el yantar es la base de la vida en sí misma.  
Josefo, que llamábamos al difunto de ese modo,  murió ayer de golpe, según parece en una siesta rara. Yo creo, hablaba su viuda, que estaba soñando que se moría y se lo creyó. La mirábamos sintiendo como nos picaba la garganta. Llevaba días pensando que la muerte le rondaba, de hecho, una noche me contó un recuerdo de la niñez  tremendo: decía que se veía arrancando las patas a  saltamontes y que detrás de cada pata una hebra gelatinosa y blanca brotaba sin fin, como si le arrancase todo el abdomen al insecto.   Nosotros, entregados a la conversación banal, no encontrábamos razón premonitoria en esos recuerdos. Pero, continuaba la mujer, él repetía que no sabía si esa imagen horrible de amputador de cigarras era cierta, no sabía si era forzada, nunca vivida, un recuerdo que tal vez le imponía la muerte, que ya le rondaba.       A mí me parecía exagerado imaginar que Josefo tuviese tal capacidad de abstracción, siempre lo consideré un tipo laso de ideas, absolutamente plano. Cambió, comentaba su viuda, en estos últimos años, cambió.   Mientras probaba un bollo con cabello de ángel miré el cuerpo tieso de nuestro amigo. No somos nada, dije. Entonces un escalofrío recorrió mi espalda al observar como asomaba por un pico del sudario blanco un pequeño saltamontes. Bebí la copa de anís de trago y me marché. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario