Nadie
en varios kilómetros a la redonda sabría decir su nombre. El día que lo conocí
parecía enfadado porque se había disgustado con un vecino. De hecho, lo había
fulminado con su rallador cósmico. Sangtrum, dijo, mirándome con uno de sus ojos.
Andando como el pato Donald marchó
al jardín. Levantó su mano de rana y una luz tubular apareció de la nada.
Estrup veir, pronunció guturalmente. Ascendió hacia el cielo en apenas segundos,
vaya usted a saber hacia que extraña galaxia.
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