Acabo de leer como un joven napolitano acabó estornudando una bala que se le había alojado en el cerebro. El tipo tuvo suerte: una bala perdida en nochevieja suele tener más veneno que una bala perdida otra noche cualquiera.
Cierta vez, una esquirla de proyectil rápido y desorientado me hizo un rasguño arado en los gemelos. A mi amigo Arturo, sin embargo, el mismo tipo de proyectil desorientado, le reventó la tibia. El napolitano, ya digo, ha tenido suerte extraordinaria: la bala amable entró por la derecha de su cabezota, recorrió parte trasera del ojo, golpeó un hueso propio de la nariz y acabó alojada en la cavidad nasal derecha. Empapado en sangre, atendido en urgencias, el picor le hizo estornudar. Achís.
Las armas disparadas se vuelven caprichosas y selectivas. Un tiro en una mano puede causar la amputación de todo el brazo o un sonoro relampagazo asesino en la cabeza puede acabar en molestia de constipado común, Jesús maría y Josepe, que dicen los de la camorra.
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