Habla
Borges en "El libro de los seres imaginarios" de un mono que abunda
en las regiones del norte y que tiene cuatro o cinco pulgadas de largo. Al
parecer es muy aficionado a la tinta china, y cuando las personas escriben se
sienta con una mano sobre la otra, con las piernas cruzadas, esperando que
hayan concluido para beber el sobrante de la tinta. Borges
cita de corrido una fábula que ya contó en 1791 Wang Ta-Hai.
Sólo vengo a
confirmar que cuando el veneno de la escritura entró en mi vida para
destrozarla definitivamente con pensamientos, frases o gerundios robustos, una
tarde cualquiera todos los bolígrafos de casa, incluidos los escondidos en el
secreter del buró, aparecieron vacíos. Conté a quien me quisiera oír que había
visto escapar por el ventanal hasta la frondosidad de los sauces una criatura
escueta, pequeña, filigranesca. Y que su boca estaba manchada de tinta. Nadie
me creyó. Desde entonces, cada mes ofrendo a la benevolencia de poder escribir dos cápsulas azul y negra de tinta indeleble china. Al otro día, sin más,
aparecen secas.
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