El pintor estuvo dibujando toda la tarde usando un trozo de
grafito. El pintor juntaba hojas y hojas. En una de ellas dejó esbozado un
precioso conjunto de forja y arabescos que se alzaba sobre nuestras cabezas.
Luego se entretuvo silueteando palomas. Por la zona aleteaban una
veintena.
Más tarde dibujó también a una anciana que las alimentaba con migas
de pan y maíz. Al paso de las horas descubrió maravillado como las palomas
picaban la mano de la anciana poco a poco
con furor malévolo. En escasos minutos se posaron diabólicas con un zureo
estrepitoso sobre el cuerpo sentado cubriéndola casi entera, dejándola sin
ojos y sin un brazo.
Cuando alzaron el vuelo revoloteando, la anciana empapada
en sangre sonreía amablemente. El pintor no cesó de dibujar ni un solo
instante. Al lado, bajo el balcón, yo comía pipas de girasol atónito.
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