A
ella le dijeron que pusiera el mechón de
pelo bien sujeto a un muñeco de trapo y que sin dejar de pensar en
él pinchara agujas a la altura del corazón.
A
él le dijeron que pusiera el mechón de pelo bien sujeto a una muñeca de
trapo y que sin dejar de pensar en ella pinchara agujas a la
altura del corazón.
Ellos,
mis padres, yacían en la alfombra del
salón de casa, con la televisión encendida, unas barras de incienso junto al
teléfono en el mueble bar y varias velas ardiendo encima de la cómoda estilo
victoriano.
Cada cual agarraba en sus manos un muñeco de
trapo con sendas agujas clavadas.
En
el suelo dos billetes rotos del viaje a Haití donde celebraron sus bodas de
oro.
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