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jueves, 18 de enero de 2018

ESPERANDO A HANNIBAL LECTER

Si he de elegir entre Rodrigo Díaz de Vivar con su falsa espada Tizona, o Hannibal Lecter y su bozal de cuero, me quedo con el segundo. El Cid, leyenda de leyendas, se comportaba igual que Hannibal , pero sin tanta delicadeza. Además, no distinguía entre moros y cristianos, sino entre oro y oros. Los oros del Cid hicieron de él una leyenda. La de Lecter es más llevadera, mucho más mía. Capaz de comerse al contrabajo de la filarmónica o destripar al corrupto comisario de una megápolis. Rodrigo abría cabezas reinantes con su espada y sus dagas, cabezas y vientres llenos de intestinos. Un matarife elevado a categoría nacional, habitual dentro de los conceptos patrios fascistas. 
Pero hay algo que los hermana: ninguno de los dos han existido más que en las plumas y cabezas de sus creadores. A uno lo elevaron al trono que no disponía basándose en su prosopopeya, más de a pie y menos de cantar. Al otro, caníbal elegante, lo copiaron todos. Espadones con sesos al ajillo componen parte de la historia universal. Un mercenario fanático como Cid y un culto criminal apátrida especializado. Por eso, porque Lecter nunca trabajaba para nadie, me quedo esperándolo.


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