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jueves, 18 de enero de 2018

ZOOLÓGICO Y LIBROS

Visitando el zoo siento la misma inquietud que en las librerías y bibliotecas. Los gorilas trás  macizos cristales comiendo tranquilos, acostumbrados a que los miren. Esta mañana ojeo las obras completas de Kafka en la librería, rozando los lomos con la punta de los dedos y pasando ligeramente el papel de seda con perfume a tinta,.... al azar, aparece "La desicha", ..... apoyo las narices en los cristales duros que atrapan a los gorilas.... los cuidadores  dan frutas partidas a un macho gigante, tiene los dientes amarillos, posiblemente fortísimos, podría destrozar a sus captores de un manotazo o un bocado contra la estantería donde apoya la obra impresa de Proust. ¿Sabían que Proust era un pervertido, que se divertía en los lupanares con menores o con mujeres de las que gustaba esclavizar a la vieja manera de Sade?.
 Doy con un libro maravilloso de láminas ilustradas por Da vinci antes de visitar la jaula de una pantera negra que mira silente a una mosca atrevida. Esa mirada ya no es felina, está transformada por los alimentos, puede que por la medicación. Le han puesto un riachuelo ridículo contra unas rocas en el recinto. Una catarata de agua con cloro,  trozos de carne de pollo, carcasas en otra esquina. 
Me siento fuera, en la cafetería de la biblioteca. Antes de entrar a solicitar un Fígaro prestado, pido descafeinado caliente y largo. Veo que una mujer de mi edad está concentrada con su libreta en una mesa. Desde aquí, en la barra, aprecio su olor, quizás como ese viejo gorila apreciaba el mío desde dentro de su urna. Comprendo que por eso me ignoraba: mi olor no le interesaba nada,  huelo a tirano humano leído. Ella, sin embargo, huele bien. Creo que también me ha olfateado, carraspea, cierra la libreta, se levanta y se larga. Suele pasar.


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