Una niebla espesa cubre la ciudad. No se
distingue nada, ni siquiera las cercanas luces de las farolas del parque. Esta
ceguera provisional siempre me entusiasmó. Las tinieblas emergentes del centro
de la tierra, el infierno judeo cristiano mismo. Automáticamente, episodios
literarios vienen a mi mente. Recuerden la niebla de Boris Vian:
en "El
amor es ciego" esa calina producía deseos incontrolables de follar.
Escrito en 1949, la irreverencia de Vian produce desasosiego sin más.
Stephen King aprovechó el meteoro para sacar a
pasear sus monstruos cotidianos en un buen relato de terror. Encerrados en un
supermercado, atrapados por la niebla y sus habitantes, un grupo representativo
de la ciudad expone sus miedos interiores armándose contra seres ocultos y
contra ellos mismos......
Lo cierto es que el denso vapor provoca
interrogaciones en el ideario colectivo. ¿Qué es aquello que acaba embozado en
las esquinas?, ¿qué misterio tenebroso no vemos?.
El encasillamiento de las prioridades oculta la realidad, un
poco como esta calígine que ahora mismo sigue mojando de agua condensada
los nidos de las aves. La misma lámina nubosa que emborrona
nuestras vidas. Tan cercanos y sin embargo tan lejos, tú de mí, yo de ti,
rodeados de ceguera compacta que nos hace invisibles.
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