Detrás del vaso de café un ojo mira a los lados. De vez en
cuando se cierra y abre, como pestañeando, tal vez pretenda librarse del vaho
aromático.
Allí solo, aislado, el ojo siente tristeza. Entonces llora un poco,
no mucho, de hacerlo continuamente convertiría su ámbito en un saladar aguado,
así que procura aguantarse y seguir contemplando, junto al lápiz tumbado encima
de la mesa, el paisaje abrupto que asoma por los cristales de la ventana.
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