Coleccionaba versos. Enormes, sujetos a las páginas con
pinzas de microbios bacterianos. Guardaba bellas sentencias, imágenes oníricas imposibles de nubes de algodón. Cantaba: "las alegres fiebres huyeron a
las maromas de los barcos y el judío empujó la verja con el pudor helado del
interior de las lechugas". Giraba sobre la notas y los libros como un
trompo de madera con pié redondo de acero. El acero de la pistola al cinto o al
sobaco. Coleccionaba sentencias, epístolas y sonetos. Cantaba: "estás aquí
bebiendo mi sangre, bebiendo mi humor de niño pasado, mientras mis ojos se
quiebran en el viento con el aluminio y las voces de los borrachos".
Abría los tomos
aleatoriamente y así se llevaba la sorpresa. Un escupitajo de lluvia tenue, de
tinta azul y verde, de frases cargadas de luz. Las imágenes de los hombres
muertos, de las fosas y de la luz. Las imágenes irradiadas, poéticas,
enfundadas en plexiglás. Coleccionaba versos. Cantaba: "aquél viejo
cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la
cuchara del rey y llegaban los tanques de agua podrida".
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