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jueves, 1 de febrero de 2018

LEYENDO A FEDERICO GARCÍA LORCA

Coleccionaba versos. Enormes, sujetos a las páginas con pinzas de microbios bacterianos. Guardaba bellas sentencias, imágenes oníricas imposibles de nubes de algodón. Cantaba: "las alegres fiebres huyeron a las maromas de los barcos y el judío empujó la verja con el pudor helado del interior de las lechugas". Giraba sobre la notas y los libros como un trompo de madera con pié redondo de acero. El acero de la pistola al cinto o al sobaco. Coleccionaba sentencias, epístolas y sonetos. Cantaba: "estás aquí bebiendo mi sangre, bebiendo mi humor de niño pasado, mientras mis ojos se quiebran en el viento con el aluminio y las voces de los borrachos".

 Abría los tomos aleatoriamente y así se llevaba la sorpresa. Un escupitajo de lluvia tenue, de tinta azul y verde, de frases cargadas de luz. Las imágenes de los hombres muertos, de las fosas y de la luz. Las imágenes irradiadas, poéticas, enfundadas en plexiglás. Coleccionaba versos. Cantaba: "aquél viejo cubierto de setas iba al sitio donde lloraban los negros mientras crujía la cuchara del rey y llegaban los tanques de agua podrida".


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