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lunes, 22 de enero de 2018

ESPIONAJES

Hubo un tiempo en que los espías sólo lo eran cuando vestían gabardinas. Enseguida podía uno hacerse a la idea: ......¿ves?, aquél individuo de la esquina con gabán de tres cuartos y una nube encima de su sombrero es un espía. La modernidad del siglo veintiuno trajo necesidades imperiosas en el gremio. Entonces el mundo, sin quererlo, se llenó de espías: panaderos disfrazados, barrenderos, señores que toman el sol y leen una pantalla táctil, gitanillos vendiendo ropa, carteros.... La vida, como todos ustedes saben, dejó de ser la vida tal y como antes la conocíamos. Viene a cuento el tema hablado, porque leyendo- leyendo, costumbre insana, me entero que espías ingleses, alemanes y franceses forman la élite de la merdée en oriente próximo. A buenas horas. 
Resultando que el ínclito Gadafi murió por no querer cantar el número de una de sus cuentas bancarias, a éste escribiente, las novelas de Jhon Le Carré le parecen pura pinochia barbitúrica. Los espías actuales, esos barrenderos  que mencionábamos, forzaron al señor de las libias a soltar prenda en torno a ganancias excelsas, o eso o se acababa la protección en la huida del país. Al no querer colaborar el mandatario con la suelta de dineros, dieron órdenes diversas a sus espías carteros locales, gentes de cañón y fusil ágil. Un avión francés rompió la caravana del éxodo patriótico y otro comando inmundo controlado por gilipollas de los que antes les decía, hizo el resto. Resumiendo, que es gerundio rápido: el primer dirigente de la nación panarabista murió ejecutado al no querer soltar dólares espiados. Una pasta que controlarían y que repartirían otros jefes espías ajenos a los operablemente implicados. Lo dicho, ya ni la puta guerra sucia es lo mismo. 


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