A él le gustaba dormir la siesta, señoría. Claro, yo prefería ver la telenovela. Y no quería irse al dormitorio, siempre en el sofá, señoría. Usted no sabe como roncaba. No roncaba, rugía. Aquella tarde, con el mechero en la mano, fue fácil, prendí fuego a los cojines del sillón, y.... ¿sabe, señoría?, a pesar de las llamas del salón, él seguía roncando, rugiendo.
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